Convulsiones encarnadas.

La excursión del día de ayer tenía un agregado especial: la lluvia había resaltado los sedimentos de la Cuesta de Miranda.
En este contexto, hirsutos cardones se yerguían soberbios, exhibiendo sus flores blancas que a lo lejos los cubren cual un rebozo, una corona o el aura misma de un alma milenaria.
La cinta plateada corría ondulante al fondo del precipicio, paseando su eco en las cascadas de peñascos coloridos y doblaba su caudal por la lluvia de las cimas.
El grito del halcón surgía hierático, amenazante, retumbando en las quebradas, llegando junto a la brisa fresca que discurría por un amanecer dorado. Los primeros rayos del alba, traían telones rojizos al paisaje de Miranda y los intersticios de las nubes permitían de a poco su aterrizaje en luces y sombras. Contrastaban los verdes cardonales con las jarillas humedecidas del rocío y las blancas banderas nebulosas elevadas entre profundos abismos. Pencas de fuego, tizones encendidos del cerro mojado, surgían caprichosas sobre macetas de chaguares, que, verticales vencen la gravedad de los abismos.
Son momentos únicos, que discurren tétricos, maravillosos, generando esa dulce confusión de los sentidos donde el oído, ve, el ojo siente y la piel observa en espasmódicos erizos de placer.
Poly


Cascada Cola de la Novia - C. de Miranda

Cardonal en flor

Cardonal en flor

Amanecer Cuesta de Miranda

Inka Qapaq Ñan

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